A primera hora de la mañana, una luz dorada se
cuela por las estrechas calles de Tarifa, despacio, va despertando en silencio
la ciudad del viento.
Pasear a esas horas es un espectáculo, sobre todo para el
que viene con los ojos de la luz del norte.
Cada vez que doblas una esquina te encuentras con una
callejuela y luego otra y otra, hasta verte inmerso en un laberinto lleno de
rincones que se iluminan por el sol.
Las pequeñas plazas desnudas de gente, enseñan sus fachadas
blancas, desconchadas, llenas de flores o
carteles de restaurantes, bares, locales…tantos como rincones tiene
Tarifa.
Pero cundo sales de esas calles enredadas se abre un mar, un
mar infinito solo recortado por la silueta de África.
Caminar por la carretera
desierta que separa los dos mares, hace que el sentido de libertad te
llene los pulmones y que el viento de Tarifa te diga cuanto hay por descubrir.