Cuando las miro, siento de manera muy real el calor que
hacía aquel día, y la luz dura que
castigaba las paredes de cal.
Si me quedo muy callada, puedo oír nuestros pasos por las
calles vacías de puertas selladas… y si cierro los ojos, veo al final del pueblo
una iglesia y a la derecha el cementerio, y entro, por que siempre entro en los
cementerios; es entonces cuando vuelvo a mirar las imágenes y se que no soñé un
lugar donde aquellos que nos dejaron, reaparecen ante nosotros a través de sus
fotografías, todas, todas colocadas sobre un nombre, una fecha. Da igual hacia donde
mires allí están observándote, unos hombres y mujeres, jóvenes o viejos con su
retrato en blanco y negro y unos rostros congelados en el tiempo, un tiempo que
fue real y ahora se posa sobre unas lápidas que brillan bajo la luz del medio
día en el calor de un mes de agosto.